two woman sitting on beach sand while facing sunlight

2. Reggaeton, amistad & reencuentros

10 años después, otro libreto, pero la misma conexión:Mi Nico. Una amistad que nació en el colegio, con historias como la primera borrachera, un ron que te quema y mucho reggaeton.

Anastasia Moreno de la Paz

9/2/20253 min read

Les ha pasado que fueron inseparables de alguien… y, de pronto, la vida los soltó? Pasa el tiempo, quizás años, y un día, como por arte de magia, reaparecen. Eso me pasó con un par de amistades. Hoy quiero hablar de ella: mi Nico.
(Este texto lo escribo inspirada, con Ivy Queen sonando de fondo… porque el old school reggaetón también tiene poesía, aunque no lo crean).

A la Nico la conocí en el colegio, a los 14. Durante toda la enseñanza media fuimos amigas inseparables. Teníamos un grupo que siempre comparo con Chicas Pesadas… porque sí, también teníamos a nuestra Regina George versión latina. Pero esa historia se las contaré otro día. Hoy, la protagonista es ella.

La Nico siempre fue alegría pura. Sonrisa fácil, optimismo a prueba de balas… aunque su vida no fuera color de rosa. Su papá biológico la abandonó, y el padrastro que llegó después —un hombre bueno— falleció cuando ella aún era pequeña. Creció con su mamá y su abuela, mujeres de hierro, que con sueldos mínimos y todo el amor del mundo lograron pagarle un colegio “con prestigio” (ni privado ni público, ese punto medio que siempre cuesta el doble).

Dentro de nuestro grupo había de todo: la mandona, la buena, la chistosa… y yo, que por querer encajar, bajé todas mis revoluciones de chica rebelde. Venía de una primaria caótica y no quería darles más problemas a mis papás. Así que dejé que la “Regina latina” manejara mis amistades, mis decisiones, hasta mis pensamientos. Fue mi primer acercamiento a la dependencia emocional (luego la vida me dio otras clases avanzadas, pero esa fue la primera).

Volviendo a la Nico: un día repitió el curso, se cambió de colegio y ahí empezamos a distanciarnos. Igual mantuvimos el vínculo, más ella conmigo que con el resto. Pero con el tiempo… algo se rompió. Nunca supe bien qué. A veces sentía que ella se sentía “menos”, porque yo seguí estudiando en la universidad y ella tomó otro camino: ser esposa y dueña de casa . A mí eso nunca me molestó,pero creo que a ella sí le pesaba.

(Paréntesis importante: con la Nico viví mi primera borrachera. Pijama party, 15 años, ron con Coca-Cola —el más barato, obviamente—, risas, vómitos, bailes y esa sensación de “estamos viviendo la vida”. Los papás juraban que nosotras estábamos viendo películas con pop corn. Pobrecitos. Lo más salvaje que imaginaban era una guerra de almohadas).

Diez años después, cuando yo andaba viajando, apareció. Benditas redes sociales: tan criticadas, pero capaces de hacer milagros. Empezamos a hablar por Instagram. Me contó que tiene una discapacidad por un problema en la espalda, que recibe ayuda del gobierno y que no puede moverse mucho… pero sigue firme, por sus hijos. Su mamá la apoya todo lo que puede: viaja todos los días para cuidarla, porque sabe que la fuerza también se construye acompañando.

Cuando volví a mi país en Navidad, la vi. Dos hijos hermosos, una sonrisa intacta. En ese momento seguía casada, parecía tranquila. Pero hace un mes me escribió: se separó. Él tenía problemas con el alcohol, le fue infiel y ahora está con otra persona. Poco y nada ve a los niños. Ella, en cambio, está serena. Porque sabe que no se va a rendir. Por sus hijos, todo. Es de las mejores mamás que conozco.

Ahora tenemos ganas de repetir esas juntas adolescentes… pero en versión upgrade: nada de ron barato que quema la garganta, ahora será con un mojito bien frío o una copa de vino que cuente historias de la región. Y claro, bailaremos Ivy Queen igual que antes, solo que esta vez sin guerra de cojines y con menos dramas… bueno, espero.

La próxima vez que viaje quiero preguntarle: ¿qué pasó? ¿Por qué nos alejamos? No por sanar, porque eso ya lo hicimos. Solo por curiosidad, por entender ese capítulo que nunca terminamos de escribir.

La quiero. La admiro. Porque ella me recuerda que la vida sigue siendo hermosa, aunque duela, aunque cueste. Que siempre se puede, que nunca hay que rendirse y que el amor de madre es una fuerza que mueve montañas.

Brindaremos por todo lo que fuimos, por todo lo que, a pesar de todo, seguimos siendo. Y porque, aunque la vida nos cambie el guión, siempre habrá música para volver a bailar, reír, llorar y acompañarnos.

Porque así como el reggaeton evoluciona en sus ritmos, nuestra amistad también.